martes, 30 de noviembre de 2010

MANIFIESTO

La calle nuestro papel, nuestra tinta y nuestra musa. Numen. El deseo de caminar poesía, de respirar arte, de leer las esquinas. Se deshojan los libros como árboles en otoño, sembrando de luz los parques, los bancos y las avenidas. El arte es callejero y vive como tal, en los muros de las casas, en las palabras anónimas, sin editoriales, sin tapas duras y sin cuadernos. La poesía vuela, de mano en mano, y a veces se posa en un cruce de miradas, en un semáforo en rojo, o en un cambio de sentido. Nosotros no somos más que mensajeros de unas palabras que no quieren más que dormir caliente una noche, acunadas por un choque casual, mientras volvías del trabajo, mientras corres tras el autobús, mientras paseas. Mientras dejas que la ciudad te lea un poema.
Nuestro objetivo, básicamente, es poetizar, la acción poética. ¿Qué trascendencia pueden tener palabras huérfanas, abandonadas en libretas y computadoras, encerradas? Nosotros las vamos a liberar, para que él, ella, ése y aquel puedan leerlas. Plantar versos, abonar calles y parques, plazas y portales, sembrar raíces en lo cotidiano y sacar de ese estado de apartheid a la poesía, que no es ni para bohemios ni para entendidos. Queremos poner las letras en el día a día, para que todo el mundo pueda leerlas de paso, y no puedan decir que no las vieron. Fíjate cuando camines por la ciudad, reconoce nuestra huella. Empecemos a resolver un poco esta sopa de letras que es la ciudad.
Pesquemos un poco de este sin sentido del que rezuma la urbe y convirtámoslo en algo bello que recordar entre sonrisas y humo y cenizas. Y si opinas que esta patraña para soñadores no es apropiada para estos tiempos de idas y venidas y miradas furtivas al reloj, al menos inténtalo. Recoge a uno de mis hermanos de papel y llévalo contigo muy cerca del corazón. Y una vez en casa solo léelo. Si no cambias de parecer puedes regalárselo al vecino o dejarlo en la fotocopiadora en el trabajo o en la parada del autobús. Pero recuerda que matar poesía en lugar de difundirla es lo peor que un hombre puede hacerle a su prójimo.
Pronto la ciudad amanecerá empapelada de sueños.