lunes, 28 de febrero de 2011

Cada noche, antes de dormir, leo poesía
así, cada mañana, puedo gritarte un verso
de madrugada, al despertar del día.
Un alba me dijiste que no te gustaba
que te leyese a Salinas
y yo
dejé de lado todo el amor,
que la voz a ti ya no debía.
Pero fue la sábana que te cubrió la piel
mientras te daba besos leves,
la que te tapó mientras él moría.
Fuimos de la mano
al mojado entierro
en el que nuestra voz herida
dijo mientras llorábamos
que no podíamos ni sabíamos
amar al amor.
Y es que teníamos ya las manos doloridas
de intentar amarrarnos los corazones
por detrás de la espalda.
Rodearnos los ojos
no debió la razón
entre pared y espada
mientras nos susurraba:
matad al amor,
que es el germen del dolor.













enc.


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