lunes, 20 de diciembre de 2010

Adiós a la soledad

Yo prosigo alejándome; y otra voz parecida:
-¿De quién huyes?...-Me dice con rencor.-De la vida-.
-¿Qué pretendes?...-¡La muerte!-.
-¿Quién te llama?...-¡La tumba!-.

Por eso huyo del mundo: me fatiga y me ahoga . ¡Paradlo! Sólo soy un escarabajo,
cual Gregorio Samsa, soy la voz raída de la experiencia cuyas cuerdas vocales
carcomidas ya solo encuentran alivio en los suspiros de las noches, cuando la
soledad rompe con las navajas del silencio por todas mis arrugas caídas,
decrepitas y cansadas, sufridas del ruido de las luces de vuestros coches, de
vuestros oídos atentos a alguna llamada para vuestros móviles, por esa
incomprensión en auge por camino de caminante incierto. ¡No me importa! He
perdido eficacia con los años en esto de llevar enchufados los sentidos, hace
tiempo que mi lengua ha desconectado de los sabores, ahora la comida sólo me
estimula lo amargo, el ácido que me golpea en las entrañas y zozobra por una
cáscara vacía ya de sentimientos. Este espíritu quiere salir y encontrar la paz
fuera de estas piernas rotas, de estas manos de plomo que tanto me cuestan
levantar. ¡Arrancadme esta espiga que tengo en el pecho!, trozo morado de
carne latente de sangre fermentada, atrancada y echada a perder. Quemadme
estas pupilas que ya no pueden llorar, que lo intentan y lo intentan pero ya no
fabrican lágrimas de escozor en estos ojos borrosos que apenas os pueden mirar.
¡Dejadme ya!, matadme este enero con los reyes magos, con los besos
complacientes de mis nietos cuando ven a esta pobre anciana que tanto les
añorará desde su tumba. Por siempre. Hasta que ellos tengan que decir lo mismo:
-Adiós a la soledad-.

Herida

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