miércoles, 29 de diciembre de 2010

Falta tiempo

Un instante. Un solo instante y te quedas sin vida. Sin vida, sin ojos y sin sonrisa.
Un momento mientras parpadeas, mientras buscas en los renglones de los libros
algo que te vuelque el corazón, mientras caminas sin rumbo entre calles.
Procuras enquistar bajo tus costillas los latidos que se te escapan de la boca, que
te golpean los oídos y que provocan el temblor del suelo. Pero es sólo un
instante.
El tiempo infinito que se concentra en una mota de polvo, el haz de luz que tus
ojos reflejan contra el espejo del baño, la letra infinita que nunca acaba de
caerse de tus dedos cuando la pintas en los cristales llenos de vaho. Los adioses
que sobrevuelan los andenes, los silbidos del tren en marcha, la vibración de las
vías y el paso de un avión.
Nunca más y para siempre. Prométeme que no habrá más instantes, que los
puedes coser, atar a la cola del viento y anudarnos las muñecas con sus esposas
de ráfagas heladas. La ínfima linea que separa chocarnos o no, mirarnos de reojo,
coincidir en un bar. Encontrarte. Ese instante y millones más, basura y queroseno,
una cerilla y una hoguera, y que arda el fuego, que queme y que caliente, que se
haga humo el resto, el tiempo de sobra, las tardes de tedio, las miradas que ni
dicen nada, las palabras vacuas.
Un sólo instante. Uno sólo. El que separa dos países, una frontera, un corte en la
piel, hundido, que perfora una vena, una arteria, y adiós. El instante de una tarde
de domingo, rezumante de calor por las paredes, desbordante de monotonía y
voces de radio. Y los dados que tiran a cinco. Y ese instante.
Y a surcar los mares que no importa mi brújula o tu mapa. Astrolabio y labios.
Y que nos falta tiempo para llenar de instantes.

Enc

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